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Un cambio de política refleja la visita de Joe Biden a América Latina

By Christopher Sabatini

La visita del vicepresidente representa “una evolución del interés nacional de E.E. U.U. en una región y una diplomacia cambiantes”, escribe Christopher Sabatini para El Tiempo.

El domingo, el vicepresidente de EE. UU., Joe Biden, visitará Colombia de camino a Brasil y Trinidad y Tobago, cuatro semanas después de que el presidente Barack Obama viajó a México y Costa Rica y menos de una semana después de la reunión de la Alianza del Pacífico en Cali. ¿Coincidencia? No, en absoluto.

Un segmento creciente de países de América Latina se está expresando con una voz cada vez más fuerte, más pragmática y más convincente, y EE. UU. se ha dado cuenta. Esta vez, sin embargo, no es debido a las amenazas recibidas o por razones ideológicas, sino por un motivo de imperioso interés económico nacional. Esto contrasta profundamente con aquellos días en los que la política de los EE. UU. se veía impulsada por una ‘política única’ para todos o por una ideología o por la paranoia.

Ese primer enfoque llevó a lugares comunes y a esfuerzos forzados para amarrar a países tan diversos como Haití y Brasil en una “política” hemisférica, a menudo reduciéndola a variables como las necesidades de desarrollo, problemas de drogas y seguridad –no todas necesariamente relevantes para todos los 34 países–. El enfoque de la paranoia llevó a adoptar políticas obsesivas y a menudo unilaterales para países de la región como Cuba o de Venezuela. Ninguna de estas estrategias se basó realmente en la diplomacia o representó el núcleo del interés nacional de Estados Unidos.

El crecimiento económico de México, Colombia, Perú, Chile y Brasil y sus iniciativas económicas y diplomáticas internas y externas han cambiado eso.

En la más reciente edición de la revista 'Americas Quarterly' se afirma que “América Latina se ha vuelto global”. Una mirada rápida a los países que están visitando los dos más altos funcionarios estadounidenses elegidos popularmente cuenta la historia, tanto como eso de lo que no se está hablando: Cuba y los países del Alba.

Eso no quiere decir que los acontecimientos en Venezuela –un país que parece tambalearse al borde del conflicto social y cuyo gobierno continúa violando las instituciones democráticas sin una palabra de protesta pública de sus vecinos– no merezca atención. Pero no debe ser el centro del discurso de EE. UU. o de su diplomacia pública en la región.

La política en los cuatro primeros años de la administración Obama estuvo marcada por una retórica de compañerismo que suena bien y por esfuerzos fallidos para llegar a países inquietos, como Bolivia y Ecuador. La administración Obama creyó que podría recuperar la región simplemente por no ser la administración Bush, dedicar recursos diplomáticos de alto nivel para atraer a Ecuador –en su visita, la entonces secretaria de Estado Hillary Clinton dio un discurso importante en Quito– y al negociar el reingreso de la Usaid (Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional) en Bolivia.

El primer esfuerzo fue ‘recompensado’ cuando Ecuador concedió asilo, en su embajada en Londres, a Julian Assange, fundador de WikiLeaks; y cuando dirigió un “asalto” regional para minar a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos este año. El segundo intento fracasó el primero de mayo, cuando el presidente boliviano, Evo Morales, anunció la expulsión de la Usaid de su país, otra vez.

Por suerte, la realidad económica y la iniciativa regional han despertado a los EE. UU. La formación de la Alianza del Pacífico ha llevado a la proliferación de bloques y grupos de la región de los simplemente geográficos (Unasur y Celac) o ideológicos (Alba y cada vez más el Mercosur) a unos más pragmáticos, económicos, que son de lejos un más poderoso incentivo para la solidaridad y la integración.

Ahora, cuando el vicepresidente Biden aterrice en Colombia, la pregunta será qué puede ofrecer EE. UU. a la economía colombiana. Uno de los primeros puntos de la agenda debería ser la posible adhesión a las negociaciones de la Asociación Transpacífico. El TPP, como se le llama, unirá a 11 países: Australia, Brunéi, Canadá, Chile, Malasia, México, Nueva Zelanda, Perú, Singapur, Vietnam y Estados Unidos. Estos representan un PIB de 21 billones de dólares (alrededor del 30 por ciento del PIB mundial) y 4,4 billones de dólares de las exportaciones de bienes y servicios.

Tener a Colombia en la misma mesa representará un símbolo real de reconocimiento, por parte de EE. UU., de lo lejos que ha llegado Colombia y a su potencial como socio en la economía global. Pero quizás lo más importante es que representará la evolución del interés nacional de EE. UU. en una región y una diplomacia cambiantes.

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