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¿Parálisis perpetua?

By Christopher Sabatini

Five decades after the overthrow of Cuban dictator Fulgencio Batista, U.S.-Cuban relations remain on ice. In an op-ed, AS/COA's Christopher Sabatini writes that political prisoners and divided families stand as victims in the two countries' ongoing standoff. (en español)

El 1 de enero de 2009, el gobierno de Cuba celebró el aniversario número 50 de la triunfal marcha de Fidel Castro y el Ché Guevara en La Habana, que acabó con la dictadura de Fulgencio Batista y marcó el comienzo de la revolución cubana. La ocasión fue, por decir lo menos, triste, no sólo porque fue el inicio de una revolución que, a pesar de todos sus yerros, sigue en pie, sino también por la persistencia de la errada política norteamericana que parece diseñada para mantener a los Castro en el poder.

Los dos fenómenos (el régimen castrista y la sempiterna política estadounidense) coexisten y tienen una dependencia mutua. El gobierno cubano y su jefatura senil (la edad promedio es 70 años) ha podido culpar eficazmente a los Estados Unidos de todas sus desventuras, incluyendo las que surgen de la legítima frustración popular por la falta de comida y medicinas de la isla, y su estagnación económica.

Al mismo tiempo, no deja de ser irónico que la celebración del 1 de enero llegue tan sólo 20 días antes de que Fidel Castro vea la inauguración de Barack Obama, pues desde 1960 ha habido 10 presidentes estadounidenses que han buscado destronarlo a través de cualquier medio. Complots de asesinato, una invasión por parte de cubanos exiliados, aislacionismo y un embargo económico establecido en 1960 y luego reforzado en 1996 con el “Cuba Libertad Act” (también conocido como Ley Helms-Burton) son tal vez los intentos más conocidos y a su vez los menos surreales.

La ley Helms-Burton establece condiciones estrictas bajo las cuales Cuba podría restaurar sus relaciones tanto económicas como diplomáticas con los Estados Unidos. En los últimos ocho años el presidente George W. Bush ha adicionado nuevas restricciones, limitando la cantidad de remesas que los cubano-americanos pueden enviar a la isla, y su derecho a viajar a ésta.

Ahora, no me malinterpreten. Entiendo claramente los objetivos de estas restricciones: negar al gobierno cubano los recursos para reprimir a sus propios ciudadanos. Tampoco creo en el levantamiento total del embargo como respuesta a las reformas minimalistas iniciadas por Raúl Castro el año pasado. Más de 200 prisioneros políticos continúan en las cárceles cubanas. Los arrestos y detenciones siguen siendo el pan de cada día. Estos hechos no son culpa ni de los EE.UU. ni del presidente Bush ni de sus antecesores.

No podemos olvidar que el régimen cubano y la política norteamericana tienen víctimas reales. Con respecto al régimen, son los activistas democráticos y sus familias quienes valientemente han decidido quedarse en la isla y luchar por un cambio político pagando un alto costo profesional y personal. En el segundo caso, son las familias cubanas, algunas de ellas balseras, que han desafiado las reglas para encontrarse ahora privados de sus vínculos familiares en la isla.

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