The 2012 Summit of the Americas

(AP Photo)

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Construyendo la cooperación económica en el hemisferio

By Eric Farnsworth

La próxima Cumbre de las Américas servirá de oportunidad para ampliar los vínculos económicos regionales, escribe Eric Farnsworth para El País.

Este año ha sido complicado desde el punto de vista económico para gran parte de Latinoamérica, y 2015 también promete ser difícil, aunque es posible que se produzca una mínima mejoría del crecimiento. En 2014 la región va a crecer un promedio de apenas el 1%, el más lento en cinco años. La mayor economía de la zona, Brasil, crecerá seguramente menos del 1% según la CEPAL. Venezuela sufrirá una contracción de al menos 3% y la reciente caída de los precios del petróleo ha agravado las presiones sobre una economía que depende de él y que está atravesando enormes dificultades. Algunos países, como los cuatro miembros de la Alianza del Pacífico, están en mejor posición para afrontar las circunstancias actuales, pero el debilitamiento de los mercados de materias primas, la desaceleración de China y la precaria situación de Europa y Japón están contribuyendo al pesimismo.

El único elemento optimista de consenso en la economía mundial es Estados Unidos, y varios países del hemisferio occidental gozan de relaciones económicas privilegiadas con Washington debido a motivos geográficos, gracias a acuerdos de libre comercio o por ambas razones. Además, Estados Unidos sigue siendo una fuente importante de capital inversor, capacidad de gestión y buenas prácticas empresariales y tecnológicas. Es el mayor mercado del mundo y compra una enorme variedad de productos a Latinoamérica, no solo materias primas sino también productos de alta tecnología y valor agregado.

El fin del crecimiento fácil en Latinoamérica y la recuperación en Estados Unidos refuerzan los argumentos económicos para la cooperación. Si los líderes del hemisferio deciden promoverla, tendrán la oportunidad de poner en marcha un nuevo esfuerzo para ampliar los vínculos económicos regionales, que incluya el comercio, el desarrollo de mecanismos reales de cooperación y el impulso del crecimiento regional, cuando se reúnan en abril de 2015 en Panamá, en la séptima Cumbre de las Américas.

Cuando en 1994, el entonces presidente Bill Clinton acogió la primera Cumbre, invitó a todos los líderes elegidos democráticamente de América a reunirse en Miami para aprobar un plan de acción común. El eje central fue el acuerdo de crear una zona regional de libre comercio con el fin de competir de manera más eficaz con los nuevos bloques comerciales de Asia y Europa. La única condición era la democracia como requisito indispensable para la participación, una cláusula rápidamente aceptada por los dirigentes de una región que estaba saliendo de los años oscuros de dictadura y violencia. El requisito quedó consagrado con la aprobación por unanimidad de la Carta Democrática Interamericana de la Organización de Estados Americanos en 2001.

Por el contrario, diez años más tarde la situación favorable de los mercados de materias primas, facilitada por la rápida industrialización de China, empujó a las naciones exportadoras de Sudamérica a dar prioridad a la diversificación económica y alejarse de Estados Unidos. Al mismo tiempo, los gobiernos populistas recién elegidos obtuvieron los medios económicos necesarios para financiar sus proyectos políticos; algunos, como el gobierno de Hugo Chávez y su revolución bolivariana, tenían una postura explícita de oposición a Estados Unidos. A medida que la cooperación económica perdía fuerza como argumento en las cumbres, empezaron a surgir cada vez más controversias políticas, planteadas en algunos casos por líderes que veían que podía beneficiarles ante su electorado enfrentarse a Estados Unidos y al anterior consenso hemisférico.

Ahora, sin embargo, las condiciones económicas se han deteriorado. Para los países que desean tener lazos económicos más estrechos con Estados Unidos para acelerar sus economías, enemistarse de forma deliberada con Washington a propósito de antiguos dogmas no es precisamente una estrategia acertada. El propio Obama ha anunciado el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Cuba y ha aceptado con beneplácito la presencia de Raúl Castro en Panamá.

Una forma más eficaz de abordar la cumbre de abril sería encontrar maneras de ampliar las medidas de cooperación económica con todos los países del hemisferio, al menos con los que estén dispuestos a intentarlo. Son muchos los ámbitos —infraestructura, energía, educación, seguridad, Estado de derecho— en los que hay necesidades, y acordar una agenda común que sea satisfactoria para todos es algo concebible y posible, aunque no inevitable. Además, conviene no ignorar los riesgos financieros, en particular en los países de Centroamérica y el Caribe que dependen de la ayuda energética de una Venezuela en dificultades.

La gente aspira cada vez más a mejorar su bienestar económico en todo el hemisferio y los líderes tienen la obligación de proporcionar a sus votantes resultados positivos. Una forma de lograrlo sería lanzar un nuevo diálogo con Estados Unidos sobre crecimiento, comercio y desarrollo regional. Aprovechar la Cumbre de Panamá para plantear y promover temas divisorios que pueden dificultar aún más el progreso en estos asuntos económicos tan acuciantes es una curiosa forma de buscar el resultado deseado.

La version original de este artículo fue publicada en El País.

 

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